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(Obtenidos en gran parte del libro Violins & Violinists” de Franz Farga, 1950, en traducción libre).
Nació en Fontaneto d'Agogna, cerca de Novara - Piamonte, de padres humildes y se dice que se formó como carpintero y que era muy aficionado a tocar el violín. Por la noche tocaba en locales, donde a cambio, de daban de comer y beber, y durante el día visitaba las casas de los campesinos, haciendo pequeñas chapuzas de carpintería y nunca perdía la ocasión de hacerse con algún instrumento. Por aquel entonces no era difícil encontrarlos en esta zona de la Lombardía. En sus viajes siempre llevaba consigo algunos violines restaurados y barnizados por él mismo para completar las transacciones y los solía dejar a cambio, ya que, aun no siendo lutier, sus conocimientos de carpintería y ebanistería le permitían manejarse desahogadamente en ese oficio. Compraba todo lo que encontraba relacionado con los instrumentos, como: puentes, cordales, batidores, mástiles, volutas, tapas y fondos, tanto montados como sueltos. Incluso etiquetas para realizar suplantaciones.
Los botines conseguidos en sus correrías los guardaba en un saco y con ellos volvía a su mísera buhardilla de Milán, donde los clasificaba. En poco tiempo había conseguido una seguridad impresionante en reconocer y distinguir las características de las obras más preciadas de los diferentes maestros italianos. Las piezas más valiosas las conservaba y el resto, de menos valor, reconstruido y restaurado, lo destinaba a cambios o ventas.
Desde muy joven mostró un gran interés por los violines en sí mismos y, con el tiempo, se convirtió en uno de los mayores expertos en ese campo. Con un talento natural para los negocios y favorecido por los frecuentes desplazamientos a los que le obligaba su oficio, fue descubriendo y localizando a principios del siglo XIX, algunos de los muchos instrumentos de valor que yacían dispersos entre los campesinos, esparcidos por las pequeñas ciudades y pueblos del norte de Italia. Poco a poco fue siendo consciente de la existencia de valiosos violines y a base de paciencia, ingenio y astucia, el oscuro carpintero italiano que ejercía su trabajo de casa en casa, comenzó a hacerse con ellos, trapicheando, comprando algunos, o intercambiándolos por otros menos valiosos que se iba encontrando en sus viajes. De esta manera se acabó convirtiendo en un coleccionista experto y tal vez en la primera autoridad de la época en violines y violonchelos antiguos.
Su humilde profesión le permitió acceder no sólo a las casas de los aldeanos, sino también a muchas Sacristías y Conventos, donde se presentaba como restaurador de muebles y sillerías, y a cambio de su trabajo, le cedían algunos violines de no muy buen aspecto y que aparentemente no merecían la pena restaurarse. Su interés se centraba sobre todo en los instrumentos antiguos de determinados constructores, y en ese sentido, los lugares más idóneos eran los indicados.
Su talento y esta habilidad especial para detectar las características de los grandes luthiers italianos, unida a un conocimiento perspicaz de la naturaleza humana, le permitieron realizar “excelentes transacciones”. Su modus operandi se basaba en un sistema tal de cambio, del que siempre salía beneficiado.
Pero Tarisio no era solo un coleccionista, también pensaba en sacarle un sustancioso partido a su colección. Reservando para él, bien seguras en su buhardilla las piezas más valiosas, seleccionó seis buenos ejemplares y en 1827 puso rumbo a Paris en su primer viaje, a pie, con su preciada carga metida en un saco sobre su espalda. Sabía que en Paris se pagaban muy bien los violines italianos.
Tardó más de un mes en alcanzar su meta. En Milán se había procurado la dirección de M. Aldric, un luthier y comerciante de instrumentos parisino, entonces en auge, a quien se presentó con su pequeño cargamento de selectos instrumentos. Delante de su elegante tienda y a través de los limpios cristales de su escaparate, reparó en su aspecto y por un momento dudó que le diesen valor a su mercancía. Su ropa era la de un pordiosero,
sucio, con barba de varios días y los zapatos destrozados. Aun así, hizo acopio de valor y entró preguntando por el señor Aldric. Una vez en su presencia y mirándole fijamente, le consultó si quería comprar violines cremoneses. Aldric, después de algunas dudas iniciales ocasionadas por el mal aspecto exterior del vendedor ambulante, lo miró de arriba abajo sospechando que el extranjero fuese un lunático, pero pronto se disiparon sus dudas y quedó asombrado, cuando el extraño personaje sacó de su bolsa de viaje, cuidadosamente envuelto en un paño, un magnifico Nicola Amati, de pequeño formato muy bien conservado, al que le faltaba el batidor y el cordal.
Tratando de disimular su alegría, Aldric examinó atentamente el violín y le preguntó el precio. Tarisio pidió una suma elevada. En aquel momento, Aldric perdió la esperanza de que el vendedor no tuviese idea alguna sobre el valor del violín. Dio un respingo y pidió que le enseñase los demás. Tarisio, pausadamente, puso sobre el mostrador, uno detrás de otro: un Maggini, un Francesco Rugieri, un Storioni y dos Grancinos.
Después de minuciosas verificaciones, Aldric se vio obligado a reconocer la valía de sus instrumentos y le declaró que se quedaba con todo el lote, por el que le ofreció una cifra bastante baja. A su propuesta siguió una discusión bastante airada, hasta que Tarisio consiguió elevarla considerablemente.
Tarisio quedó desilusionado de este primer viaje a Paris. Sabía que los instrumentos eran excepcionales, pero posteriormente, comprendió que la culpa había sido suya, dado que él y hasta cierto punto los violines, estaban impresentables. Se percató, ciertamente, que desde el principio Aldric le habría hecho una oferta mayor, si los violines hubiesen estado presentados en bellos estuches y por un hombre bien vestido, que no hubiese dado la impresión de buscar únicamente un modesto beneficio, en lugar de una fortuna inesperada.
En un tiempo en el que la obra del tirolés Stainer (Jacobus Stainer, Absan 1617-1683) y su escuela, prácticamente monopolizaban el mercado, comenzó a satisfacer la incipiente demanda de antiguos instrumentos de cuerda italianos, sobre todo, en Francia.
Con la experiencia adquirida en la primera visita a Paris, vestido a la moda y con una intérprete parisina, Tarisio cambió sus presentaciones y pronto tuvo relaciones comerciales con los más importantes comerciantes franceses de la época, como eran los Aldric, Thibout, Bernardel, Gand, Vuillaume y Chanot en París, y los hermanos Silvestre de Lyon.
En el mismo año de 1827 realizó su mejor operación, con la adquisición, en condiciones insólitas, de un lote de violines pertenecientes a la colección del conde Cozio de Salabue, que incluía un precioso Stradivari de 1716, que había sido guardado y preservado durante más de sesenta años en dicha colección. Este violín fue el secreto de Tarisio y durante sus sucesivas visitas a los diferentes distribuidores, se refería con frecuencia al tesoro (que en realidad nunca llevó consigo), que les revelaría algún día, es decir, a un violín Stradivari en excelentes condiciones, que nunca había conocido el toque de un arco; y fue su esperada aparición precedida de tanta expectación en los círculos profesionales, que ganó para sí el título del "Mesias" (*). Ocultó su paradero hasta su muerte, con el fin, sin duda, de su revalorización desde el punto de vista sensacionalista.
Por ello, convirtió la cuestión en el tema favorito de sus conversaciones, intrigando a los distribuidores en sus visitas a París, con la historia de este maravilloso violín “Salabue”, como se le llamaba entonces, cuidando sin embargo de no llevarlo nunca con él. Vuillaume, uno de los lutiers y comerciantes con el que más se relacionaba, trataba de sonsacarle habitualmente para que le hablase de sus tesoros, ya que había quedado en su mente la descripción que Tarisio le hizo, de uno de los mejores violines construido por Stradivari en 1716 y que aún no había sido tocado por nadie. Al no cumplir su promesa de traérselo, Vuillaume se lo recordaba siempre.
Un día estaba deleitando Tarisio a Vuillaume sobre las características de este desconocido y maravilloso instrumento, cuando el violinista Delphin Alard (yerno de Vuillaume) que estaba presente, exclamó: “Al parecer, pretende que esperemos este violín como los hebreos el Mesías: uno siempre lo espera pero nunca aparece". Así, sin percatarse, acababa de bautizar uno de los violines más célebres de la historia y por el que actualmente se le conoce.
Durante más de veinte años después de su primera visita a París, la llegada de Tarisio fue siempre bien recibida por los distribuidores más importantes, ya que fue a través suyo como se realizó la importación de una gran parte de los mejores violines italianos que entraron en Francia, y después de su aparición en Londres en 1851, también en Inglaterra, a través de: Charles Reade, A. y J. Betts, Corsby, John Hart, Davis, Fendt y Purdy, J. Alvey Turner y W. E. Hill.
A pesar de su vida nómada, Tarisio consideró Italia su casa de siempre. Era dueño de una pequeña granja en la provincia de Novara, y poco antes de su muerte se estableció en Milán, donde tenía alquilado un ático sobre un restaurante de la Via Legnano, en Porta Tenaglia.
(*).- En 1775 Paolo Stradivari fue encomendado para vender un lote de instrumentos [los 10 restantes del taller de su padre] y otros enseres del mismo, al Conde Cozio di Salabue, uno de los coleccionistas más importantes de la historia; y aunque Paolo murió antes de que se concretara la transacción, Salabue adquirió los instrumentos. Salabue mantuvo el "Mesías" hasta 1827, cuando se lo vendió a Luigi Tarisio, un personaje fascinante que, desde un comienzo modesto, construyó un importante negocio en el comercio de violines. Sin embargo, Tarisio no podía soportar la idea de desprenderse de este instrumento y nunca se separó del mismo, y hasta su muerte en 1854 nadie fuera de Italia lo había visto.
Allí, en su pequeño domicilio, en medio de un entorno sórdido, inhóspito e indescriptible, fue encontrado muerto una mañana en 1854, rodeado con alrededor de 150 violines, violonchelos y contraltos.
Vuillaume, al enterarse de su muerte y posteriormente del descontento de sus sobrinos por haber recibido en herencia solo baúles llenos de antiguallas, partió raudo hacia Milán, y con todo el dinero que pudo reunir fue a su encuentro.
Una vez cumplidas las costumbres de sentarse a la mesa, hablar del muerto y comentar su tacaña vida, Vuillaume les pidió que le enseñasen los baúles heredados; están en Milán, le respondieron, aquí solo hay algunos armarios cerrados, y con gran impaciencia comenzó a abrirlos. El primer violín que sacó del primer cajón fue un magnífico Stradivari de su mejor época. Siguieron otros dos, completamente intactos, de Giovanni Battista Guadagnini. El cuarto era un encantador Guarnieri del Gesú, con un barniz que centelleaba en la oscuridad de la habitación. Le siguió un Carlo Bergonzi marrón oscuro, con luminosos reflejos de oro.
Pero la sorpresa más grande se la llevó en el sexto cajón, cuya apertura le llevó bastante tiempo hasta que consiguió quitar dos cadenas de hierro, puestas de tal forma que hubo que cortarlas. Cuando lo consiguieron y sacó el primer violín, dio un grito de entusiasmo: ¡era el Mesías, intacto como si acabase de salir de las manos del maestro!. Vuillaume comprendió que Tarisio se habría dejado matar antes que desprenderse de esa joya. Posteriormente se desplazaron a Milán, donde un procurador de la Justicia tenía en custodia el resto de sus pertenencias, que fueron ávidamente revisadas y clasificadas por Vuillaume.
Resumiendo: Ante ciento cuarenta y cuatro instrumentos, entre ellos dos docenas de Stradivari’s, sin que faltase representación de ningún gran maestro de la época de oro, puso con decisión sobre la mesa una bolsa con 80.000 francos. Los sobrinos que no esperaban tanto dinero, se apresuraron a cerrar el trato. Vuillaume se gastó todo el dinero de que disponía en ese momento, pero murió varas veces millonario gracias a una compra cuyo justo valor entonces, ha sido estimado posteriormente en dos millones de francos.
Tarisio buscó infatigablemente violines durante toda su vida y tenía un verdadero amor por ellos.Charles Reade El novelista Charles Reade que conocía a Tarisio, escribió de él: "Toda su alma estaba en los violines. Era un gran vendedor y un mejor aficionado, pues tuvo la fortuna de poder disfrutar de joyas que no se habrían podido comprar con dinero”. Hubo una demanda insaciable en el norte de Europa, mientras que nadie los buscaba o apreciaba en el sur, y la ausencia de gran parte de la competencia le dio una oportunidad única. Al llevar sus instrumentos a París, dada la precaria situación del arte de la restauración, contribuyó a rescatar una gran variedad de instrumentos para la posteridad.
Se estima que Tarisio dejó a su familia una fortuna estimada en 300.000 Francos, suma que representa las ganancias obtenidas en su comercio con violines durante veinte años, y además de esto, sus familiares recibieron la sustanciosa suma de 80.000 Francos abonada por el luthier francés J. B. Villaume tras su muerte, por los instrumentos encontrados en el ático milanés y por los cinco magníficos violines que encontraron escondidos en su granja.
Después de su muerte fue el turno de Jean Baptiste Vuillaume, el principal luthier/suministrador de violines en París, quien a la muerte de Tarisio, realizó la compra más importante de su vida. En 1854, tuvo la fortuna de adquirirlo y permaneció en su poder también hasta su muerte. Vuillaume guardaba el "Mesías" celosamente, manteniéndolo en una urna de cristal y no permitiendo que nadie lo examinara. Sin embargo, sí permitió que se mostrara en 1872, en la Exposición de Instrumentos del Museo de South Kensington, y ésta fue su primera aparición en Inglaterra. Tras la muerte de Vuillaume en 1875, el violín se convirtió en propiedad de sus dos hijas y de su yerno, el violinista Delfin Alard. Tras la muerte de Alard en 1888, sus herederos vendieron el "Mesías" en 1890 a William Ebsworth Hill e Hijos (editores y autores del libro “Antonio Stradivari, su vida y obra, 1644-1737”, recientemente editado en castellano por esta marca), en nombre del señor R. Crawford de Edimburgo, por la astronómica cantidad de 2.600 Libras esterlinas, la mayor suma pagada hasta entonces por un violín.
J.F.A.
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